La inquietud no es nueva, pero adquiere un tono inédito en boca de Geoffrey Hinton. Ex empleado de Google y apodado el «Godfather of AI», este pionero de la inteligencia artificial ha declarado que el futuro del mercado laboral está amenazado. Entrevistado el 16 de junio de 2025 en un podcast Diary of a CEO, Hinton lanzó un mensaje directo: los empleos humanos podrían volverse superfluos.
Su advertencia no se basa en especulaciones vagas ni en una aversión al progreso. Se apoya en una larga trayectoria científica. A diferencia de sus contemporáneos de los años 80, que apostaban por la lógica formal, Hinton apostó por las redes neuronales artificiales, conexiones simuladas inspiradas en el cerebro humano. Estas estructuras permitieron la creación de herramientas capaces de aprender, como ChatGPT, que millones de personas utilizan hoy en día.
Pero es precisamente porque la tecnología ha ganado en potencia que Hinton ha cambiado de postura. Al principio creyó que los riesgos eran lejanos. Ahora piensa que ciertos peligros son inminentes. Identifica dos: el mal uso de la IA por parte de los humanos, y un escenario más radical, en el que la inteligencia artificial supere la inteligencia humana hasta el punto de no necesitarnos más.
Sobre este último punto, Hinton se mantiene categórico: quienes afirman tener una solución para este problema, según él, «no tienen ni idea de lo que están hablando». No se trata aquí de ciencia ficción, sino de una advertencia lúcida basada en tendencias visibles. Insiste en que la inteligencia artificial, al volverse autónoma, podría volverse impredecible.
En el corazón de estos temores surge una profunda cuestión social. En las economías contemporáneas, los individuos obtienen sus ingresos a cambio de su trabajo. Es ese ingreso el que les permite comprar lo necesario para vivir, y a veces, bienes de confort. El Estado, por su parte, recauda una parte de estos salarios a través de los impuestos para financiar los servicios públicos. ¿Qué sucede si la gente ya no trabaja, pero las máquinas producen todo?
Hinton no propone una respuesta sencilla, pero invita a plantear la pregunta. Menos trabajadores significa menos cotizaciones fiscales. Entonces, ¿quién pagará por la educación, las carreteras, la seguridad? ¿Será necesario que los pocos activos que queden sean más gravados?
El peligro es doble: una pérdida de empleos y una posible ruptura del contrato social. Y no es una hipótesis abstracta. Hinton da un ejemplo concreto, el de su sobrina que trabaja en un servicio de atención al cliente. Antes, redactaba cinco respuestas a cartas de reclamación por hora. Ahora, gracias a la inteligencia artificial, puede tratar dos o tres veces más. La IA no la reemplaza, pero la hace tan productiva que la empresa necesita menos personal.
Ahí es donde está la verdadera transformación. La IA no elimina necesariamente todos los empleos, pero reduce la necesidad de mano de obra. El mercado laboral, según Hinton, no vivirá una transición suave como la del auge digital. Habla más bien de una metamorfosis brutal, comparable a la primera Revolución Industrial.
El debate no se limita a la tecnología. Abre interrogantes políticos, económicos y éticos. Estas transformaciones podrían poner en cuestión las bases mismas de nuestras economías. Porque si trabajar ya no garantiza un ingreso, y los ingresos ya no son suficientes para financiar los Estados, entonces es todo el equilibrio de los sistemas económicos modernos lo que hay que repensar.
Y si la máquina aún no piensa como nosotros, ya está transformando nuestra relación con el trabajo, con la sociedad y, tal vez, con nosotros mismos.