El lanzamiento de GPT-5 no dejó huella como se esperaba. Apenas unos días después de una recepción tibia y críticas virulentas, Sam Altman, CEO de OpenAI, reorientó el discurso: GPT-6 está en desarrollo y promete hacerlo mejor. Mucho mejor, incluso, si hemos de creer sus declaraciones. Salvo que las promesas, en OpenAI, a veces tienen sabor a déjà-vu.
GPT-5, aunque muy esperado, sobre todo confirmó un temor que algunos observadores expresan desde hace meses: el de un estancamiento en los avances. Mejoras técnicas, sí. Revolución, no. Su tono considerado frío, su personalidad distante y sus limitaciones funcionales provocaron un rechazo inmediato entre los usuarios más comprometidos. El modelo fue calificado de “desastre” en las redes. Altman reconoció “errores” en el despliegue e intentó apaciguar las críticas acentuando la dimensión emocional de la IA, demasiado ausente en la versión inicial.
Es en este clima de desconfianza que se mencionó a GPT-6. Sin fecha de salida, sin demostración, pero con un discurso ya calibrado. Altman habla de un modelo que recordará las preferencias, los hábitos, incluso la personalidad del usuario. Insiste: “la gente quiere memoria”.
GPT-6 integrará así una memoria contextual extendida, capaz de adaptar sus respuestas a largo plazo, con una personalización llevada hasta reflejar las visiones del mundo de cada uno. La IA podrá ser “neutral”, “centrada” o “super woke” según las preferencias declaradas. Una flexibilidad que, según él, responde a las expectativas de los usuarios. Salvo que, unos días antes, él mismo advertía contra los excesos de estas IAs demasiado maleables, capaces de alimentar espirales delirantes en usuarios vulnerables...
La contradicción revela una tensión estratégica: responder a la demanda de personalización sin cruzar las líneas rojas éticas. Altman lo asume a medias. Menciona una minoría de usuarios incapaces de distinguir ficción y realidad, pero sostiene que la mayoría puede manejarlo. Es una apuesta arriesgada...
En el plano técnico, OpenAI afirma querer superar las limitaciones estructurales actuales. El enrutador de modelos, criticado por sus errores de focalización, está siendo rediseñado. La gestión de la ventana de contexto, hoy limitada a 128.000 tokens para los usuarios pro, sigue siendo un aspecto a mejorar. GPT-6 debería poder tratar volúmenes mucho mayores, permitiendo conversaciones mucho más largas o el análisis de corpus de datos masivos.
En cuanto a la arquitectura, se contemplan modelos híbridos, es decir, una combinación entre procesamiento local y en la nube, para ganar en rapidez, confidencialidad y permitir un uso offline. La integración de un sistema de cómputo adaptativo, donde modelos ligeros procesarían las solicitudes simples mientras submodelos más potentes se encargarían de los casos complejos, también está sobre la mesa. Una modularidad pensada para los usos profesionales y para las restricciones de coste.
Pero es en otro ámbito donde se perfila la novedad más ambiciosa. Altman mencionó una interfaz cerebro-máquina, potencial competidora de Neuralink de Elon Musk, para que los usuarios puedan “pensar” sus solicitudes. El proyecto aún está en sus inicios, pero ilustra la voluntad de OpenAI de emanciparse del marco clásico de la interacción textual o vocal. A la larga, este tipo de interacción plantearía cuestiones enormes sobre la privacidad, apenas abordadas por la empresa hasta ahora. La idea de un cifrado de los datos fue mencionada, sin compromiso.
Por último, GPT-6 estaría concebido como una herramienta científica. No solo un asistente, ni un compañero de conversación, sino un motor potencial de innovación en la medicina o el medio ambiente. Una vez más, las declaraciones siguen siendo vagas, los casos de uso, difusos. Apenas se sabe que la ambición es superar un umbral funcional para que la IA no sea solo una interfaz de diálogo, sino una fuerza de investigación.
El conjunto se parece menos a un plan estructurado que a un intento de retomar el control tras un fracaso. GPT-5 decepcionó, y Altman lo sabe. Apostando por la memoria, la personalización radical, las interfaces neuronales y las promesas científicas, OpenAI busca reactivar el entusiasmo. Harán falta más que palabras. Porque si GPT-6 no supone una ruptura clara, el cansancio de los usuarios podría instalarse. Ya es un poco el caso.